martes, 10 de julio de 2012

Capítulo 1



-Lo saben, Ainhoa, han encontrado su cadáver esta mañana.
En cierto modo ya lo sabía, pero la noticia no dejaba de sorprenderme.
-¿Cómo ha podido pasar?
-El cómo no importa, el caso es que lo saben. Si vamos a entrar, tenemos que hacerlo ya.
El pánico me inundó por un segundo, pero no dejé que se notara. Odiaba que Matt me tratara como una cría.
Subí a mi cuarto y metí algo de dinero en la mochila antes de reunirme con él en el despacho de Richard. Todo estaba tal y como él lo había dejado la última vez.
Sin mediar palabra empezamos a revolver los papeles y los documentos del escritorio, separando el resto de los del Proyecto. Guardé los informes sobre los avances en la mochila y dejé caer una cerilla sobre la chimenea de la pared para que Matt quemara lo que no hacía falta. La más mínima prueba podría llevarles hasta la organización y ese era un error que no podíamos cometer.
Revisamos las cómodas y los armarios de toda la casa hasta que dimos con toda la información que habíamos recopilado en los últimos meses. Miré el estrecho montón de hojas con el que nos habíamos quedado y recé para que fuera suficiente.
-Mi turno en la sede empieza a las 9, tienes tres horas para prepararlo todo. Reúnete conmigo en la entrada principal, frente a la furgoneta blanca.
Asentí distraída y vi como su figura desaparecía entre la gente desde la ventana. No fue hasta que me hallé sola cuando fui plenamente consciente del peligro que corría.

Tardé más tiempo del que me habría gustado en abrir las ventanas y limpiar concienzudamente la casa. Si hubiera entrado cualquiera de los amigos que poco a poco habíamos hecho no habría notado nada extraño, pero los que vendrían serían profesionales y no debía dejar que encontraran ni una sola huella. Salí por la puerta trasera y dejé la llave sobre el alero. Un gesto estúpido dado que no pensaba volver, pero que aportó un cierto toque de normalidad a la escena.
Esa casa había sido mi hogar durante los últimos once meses, pero no me molesté en mirar atrás. Sin Richard la casa parecía otra. Casi me había acostumbrado a que sonriera cada vez que entraba por la puerta o a que me preguntara nimiedades mientras trataba de aparentar normalidad. Lo cierto es que aquel hombre era lo más parecido que había tenido nunca a una familia.
Caminé con la mochila a la espalda durante casi media hora hasta que llegué a la tienda local. A simple vista parecía una colegiala despreocupada a la que su madre había mandado a hacer la compra. La gente que me veía no me miraba lo suficiente como para darse cuenta de que era ligeramente mayor para ir a la escuela, y hasta ahora nadie había notado la pistola que llevaba por debajo de la ropa. Como decía, estaba demasiado acostumbrada a aparentar normalidad.
Compré una cuerda y un mapa de la región, además de una navaja que según le dije a la dependienta, era ideal para pelar patatas. Estaba a punto de salir cuando se me ocurrió pensar que si aquella absurda incursión salía bien necesitaría abandonar cuanto antes el país, de modo que me compré un bocadillo y me dirigí hacia la sede a paso lento, cruzando solo por los callejones en los que era complicado que te encontraran.

Pasadas las tres horas llegué al aparcamiento de la sede y localicé la furgoneta blanca, apenas eran las ocho y media, pero Matt ya me estaba esperando.
- Vale. Nos queda poco tiempo, así que presta atención.
Asentí con la cabeza mientras Matt desplegaba el plano del edificio sobre el capó del coche.
-Lo que vamos a hacer no es fácil. La sede del Gobierno está controlada por todas partes, tanto por cámaras de vigilancia como por personas situadas en cada una de las puertas de entrada y de salida, así que no queda más remedio que entres conmigo por la puerta de trabajadores.
-¿Qué haremos una vez dentro?- pregunté inclinándome sobre el mapa.
- Te llevaré hasta la sala de control, desde donde tendrás que cruzar el pasillo y entrar en la sala 12. Una vez allí deberás cortar los cables para inutilizar las cámaras de seguridad. La información que queremos está en la cuarta planta, en el lado oeste de la zona privada. No nos dio tiempo a averiguar en qué habitación concreta se encuentran lo papeles, así que una vez allí deberemos improvisar. Tendremos diez minutos desde que inutilices las cámaras. Si nos da tiempo podremos volver por donde entramos, pero también es viable saltar al tejado de la sala de operaciones desde la sala contigua a la presidencial.
Terminó de hablar y nuestras miradas se juntaron.
-¿Estamos preparados? -pregunté.
-No nos queda otra –dijo plegando el mapa de nuevo.
Nos apartamos de la furgoneta y nos mezclamos entre la gente que andaba rápida y ajetreadamente por la calle hacia la puerta de los trabajadores.

Matt me hablaba amigablemente, intentando mantener una conversación mientras las personas que nos rodeaban me miraban de forma extraña.
-¿Aquí se conocen todos, no?- pregunté.
-Llamarás la atención más que Brad Pitt haciendo la compra- dijo inexpresivamente.
Me habría reído de no ser por lo nerviosa que estaba.
La entrada se encontraba en uno de los laterales de la sede. Los empleados pasaban las tarjetas por los controles entre risas, mientras yo luchaba contra la ansiedad.
Algunos de los compañeros de Matt se acercaron a saludarnos y si les pareció extraño que entrara con él, ninguno dijo nada. Matt fue sacando la tarjeta mientras yo observaba distraídamente las cámaras malamente camufladas por todo el edificio.
Nunca había entrado en la sede. A parte de que era un lugar que no me entusiasmaba pisar, sólo dejaban entrar a los trabajadores y a la gente importante que, según Matt, deambulaba por la cuarta planta.
-¿Quién es ella?-preguntó la encargada dirigiéndome una mirada significativa.
-Mi sobrina- dijo esbozando una sonrisa de disculpa- me la han dejado unos días, ya sabes.
-Conoces perfectamente las normas. Está prohibida la entrada a todo el que no sea del personal- comentó mientras apuntaba algo en el ordenador.
Reconocí el apuro en el que nos encontrábamos y decidí intervenir.
-Realizo un trabajo para el colegio, así podría subir la nota de selectividad- dije implorando con la mirada.
No parecía muy convencida, pero hizo un gesto con la cabeza indicando su conformidad.
-No te separes de tu tío, aquí hay material peligroso.
Le dirigí una sonrisa agradecida mientras seguía a mi supuesto pariente a través del control.
-La mujer sospecha de nosotros- susurré acercándome a él.
-Me he dado cuenta, acaba de mandar un mensaje al director.
Contuve el impulso de mirarle sorprendida, yo había sido incapaz de averiguar el significado de lo que había escrito.
-¿Pero eso no es peligroso?
Me miró dudando si debía dedicarme una sonrisa.
-Si todo sale bien, para cuando lo lea nosotros ya estaremos fuera. 
Asentí y empecé a tomar notas de todo lo que veía, por si a alguien se le ocurría preguntar sobre mi trabajo.

Empleados aburridos de todo el sector de seguridad se acercaron para ofrecerme su ayuda con la aportación de detalles que consideraban de utilidad para sacar una buena nota. Reconozco que al principio me resultaban un estorbo, del cual me libraba lo más educadamente posible, pero al final pasaron a ser un claro impedimento en el cumplimiento de nuestra misión. Pasada una hora todavía no habíamos encontrado momento para ir hasta la sala de control.
Visto que el plan inicial no iba a dar resultado, me puse a improvisar. Expresé varias veces mi curiosidad acerca de la seguridad del edificio, preguntando como era posible que hubiera alguien pendiente en cada momento y me hice la ilusa cuando me revelaron la existencia de las cámaras de seguridad en cada esquina de las habitaciones. Podría ser que mis conversaciones con los guardias parecieran una pérdida de tiempo, pero entonces vi mi esfuerzo recompensado cuando uno de ellos se ofreció a enseñarme la sala de control. Aparenté casi todo el entusiasmo que sentía y seguí al guardia por la complicada red de pasillos que llevaban a la sala, incapaz de creerme mi buena suerte.

Apenas llevaba diez minutos escuchando las explicaciones sobre el funcionamiento de la Nelson 3000 cuando Matt apareció aparentemente preocupado, era un gran actor.
-Dios mío Sandra, ¡No puedes desaparecer así!
Admiré su astucia al haber cambiado mi nombre, pero me pareció que la frase iba verdaderamente enserio.
-Lo siento. Este hombre estaba explicándome el funcionamiento de las cámaras pero la verdad es que estaba a punto de excusarme para utilizar el servicio.
Utilicé la mejor expresión avergonzada que tenía, que hizo que hasta el hombre de la explicación soltara una carcajada.
-No te preocupes pequeña, ¿Sabes llegar?
Casi sonreí.
-Me ha parecido ver un letrero cuando entrábamos.
-Entonces perfecto, tenemos la obligación de permanecer en la sala constantemente así que vuelve directamente ¿vale?
-De acuerdo.

Según lo que había observado antes, el baño lindaba con la sala 9, lo que lo dejaba a tres habitaciones de la 12. Era capaz de recorrer el pasillo en menos de diez segundos, pero solo haría falta una mirada por parte de los guardias para darse cuenta de que sabía perfectamente a donde iba, y ni siquiera les haría falta pensar mucho para fijarse en que no era el cuarto de baño. Miré alrededor mientras cerraba la puerta buscando una ruta alternativa y me fijé en que la cámara de seguridad se encontraba justo en la parte superior del aseo. Tal vez fuera muy evidente, pero era posible que lograra desactivarla. No me detuve a pensar y entré directamente al baño, lo que, visto de otro modo, era exactamente lo que debía hacer.
Tal y como pensaba, dentro no había cámaras. Puede que la seguridad fuera imprescindible, pero todavía existía el decoro. Cerré la puerta y me subí al lavabo. El juego de cables que llevaba la información desde la cámara hasta la sala de control estaba justo detrás de las baldosas, pero era más complicado de lo que creía. Aplicando los conocimientos generales, debía cortar el cable rojo, pero el guardia me había comentado de pasada que las Nelson funcionaban con un sistema de camuflaje complejo que empleaba el cambio de color del plástico que rodeaba el cable como sistema de protección, de modo que si alguien cortaba el cable rojo, se enviaría una señal directa a la sala de control que informaría de la manipulación. Separé el resto de los cables y dejé el verde y el rojo sueltos. Aparentemente, ambos iban en la misma dirección, pero quitando unas cuantas baldosas más descubrí que el cable rojo se ensanchaba según se le unían los de las diferentes cámaras, siguiendo la dirección de la sala de control, mientras que el verde seguía la dirección contraria. Era un sistema precioso, de esos que no suelen verse. La mayoría de los cables que unen las cámaras de seguridad son una chapuza y casi sentí pena cuando corté el cable verde. Casi.
Volví a colocar las baldosas y comprobé que la luz que indicaba el estado de funcionamiento de la cámara del pasillo estuviera apagada antes de soltar el aire y empezar a correr.

Llegué a la sala 12 y abrí la puerta justo cuando los guardias salían para comprobar por qué la cámara no funcionaba, dejando vacía la sala de control en el momento en que la cámara del interior me gravaba. Apunté con la pistola que tenía silenciador y la destrocé mientras me apresuraba en encontrar el cable verde que ahora sabía que tenía que cortar.
Lo malo es que no había un único cable verde, había cientos. Escuché gritos en el pasillo y me di cuenta de que estaban a punto de encender la alarma, así que hice lo único que podía hacer: cogí la navaja y los corté todos. 

viernes, 6 de julio de 2012

Prefacio


-Quien eres.
Más que una pregunta, parecía una amenaza. Levanté ligeramente la cabeza para atisbar la silueta de la persona que me hablaba, pero cuidando que la capucha siguiera tapándome el rostro. Se paseaba ligeramente alterado por la sala aislada en la que me había encerrado. Trataba de aparentar   tranquilidad, pero la tensión acumulada en los hombros le delataba.
Me miró de nuevo esperando una respuesta y volví a bajar la cabeza. Con el tiempo había descubierto que la identidad es lo más valioso que tenemos, y la mía ya la conocía demasiada gente.
-Dime quien eres antes de que llame a alguien.
Se esforzaba por controlar el tono de voz, pero estaba a punto de perder la paciencia. Entendía que estuviera alterado, dado el lugar en el que nos encontrábamos, pero no me convenía que se pusiera a gritar.
-Necesito hablar con el Fundador.
Mi voz sonó clara, sin una pizca de la impotencia que poco a poco iba dominándome. El hombre se paró en seco y su mirada inteligente fue despertada por la curiosidad, el miedo y, por último, la rabia. 
-¡Lo que te estoy pidiendo es que me digas quien eres!
Levanté la cabeza dejando que la capucha resbalara por mi cabello, sustituyendo el pánico que sentía por la sonrisa pícara que tantas veces había interpretado cuando mi padre me pillaba haciendo algo fuera de lugar. 
-Yo diría que ya lo sabes.